10 consejos de comunicación afectuosa

Comunicación con respeto

Con el devenir de los años han ido desapareciendo algunos usos del lenguaje de manera, diría yo, injustificada. Desde la costumbre de hablar de usted a desconocidos o a aquellos miembros de la sociedad a los que les mostramos respeto jerárquico o aceptamos su autoridad, incluida la académica.

Es más que obvio, en cualquier caso, que el respeto no lo marca exclusivamente el lenguaje (al menos el verbal), ya que podemos ser muy ofensivos manteniendo fórmulas de cortesía. No obstante, quizá no estaría de más que fomentáramos en nuestro alumnado algunos usos o costumbres para ir un poco más allá del respeto hacia el afecto.

Por ello, y sin más pretensión que una lista de consejos basados en la experiencia, me gustaría proponer el siguiente decálogo.

Decálogo de comunicación afectuosa

Son múltiples las aproximaciones, como la de Marshall Rosenberg, que se han hecho desde la psicología o la pedagogía para hablar de comunicación empática o comunicación no violenta. También desde el mundo de la empresa, personalidades como Dale Carnegie, han centrado su mirada en la comunicación eficaz y en las relaciones humanas.

Esto no es un artículo científico, ni un tratado de buenas maneras, sino una reflexión sobre algunas estrategias que se pueden aplicar cada día para fomentar la convivencia, el respeto, la empatía y la competencia comunicativa de los estudiantes.

1. Buenos días por la mañana

Es una buenísima costumbre. Aunque ya sabemos que algunas culturas no demandan este tipo de saludos al llegar a un lugar, especialmente si nos encontramos entre desconocidos, un simple buenos días nos da sensación de llegar a un sitio donde, como mínimo, se nos desea que la jornada nos vaya bien.

A la hora de fomentar la comunicación oral de nuestro alumnado, podemos hacerle reflexionar sobre el saludo y sus respuestas que tanto nos permiten saber sobre nuestros interlocutores. Si a cambio de nuestro “buenos días” recibimos un “lo serán para ti” o un “por decir algo”, nuestras estrategias a partir de ese momento deberían variar respecto a un “y tú que lo digas” o un “ahora que estás aquí, aún mejores”.

2. Llámame por mi nombre

Una de las palabras preferidas que todas las personas tienen es su propio nombre. El saber cómo se llama cada uno es complejo, más aún mientras las ratios sigan disparadas y los grupos que impartimos sean tantos. En cualquier caso, el esfuerzo merece la pena y siempre es apreciado porque establece un vínculo de cercanía. Cuando tengamos algo que decir, ya sea bueno o malo, si va acompañado de un nombre propio sonará más confiable y razonado.

En algunas ocasiones, podemos favorecer interacciones donde el alumnado practique también el uso de ciertas fórmulas de cortesía o maneras de nombrar a «su señoría», al «doctor» o al «señor Pérez», por ejemplo.

3. Sonríe

No cuesta nada, pero crea mucho.
Enriquece a quienes reciben, sin empobrecer a quienes dan.
Ocurre en un abrir y cerrar de ojos, y su recuerdo dura a veces para siempre.
Nadie es tan rico que pueda pasarse sin ella, y nadie tan pobre que no pueda enriquecer por sus beneficios.

Dale Carnegie. Cómo ganar amigos e influir sobre las personas

¿Cuántas veces hemos tenido problemas al llegar a un grupo sin haber sido capaces de desconectar emocionalmente de un encontronazo anterior? No pasarán cinco minutos antes de que alguien te diga que no tienes por qué pagar con ellos que vinieras enfadado de antes. La sonrisa es un traje que a todos nos sienta bien y tiene el superpoder de ser contagiosa. Cuando no tengas muchas ganas de ponértela, invéntatela que cuando menos te lo esperes ya será sincera. Piensa una cosa, tu amabilidad y tu trato justo puede ser lo único bueno que le pase en todo el día a las personas con las que trates.

4. No critiques, ni condenes, ni te quejes

La queja y el cotilleo son tóxicos y altamente contagiosos. Llega un momento en el que una conversación puede girar en torno a quién está peor como en una sala de urgencias.

Es recomendable pensar que la queja, sino tiene aparejada una actuación posterior no es útil, ni siquiera catártica, tan solo empeora la ponzoña. Procura no juzgar, porque nunca sabrás con certeza qué ha llevado a una persona a realizar una acción concreta.

Si tienes que enseñar a lidiar con emociones, procura que tu alumnado domine el diagnóstico, gestión y, sobre todo, un vocabulario emocional que sea capaz de aproximarse a la complejidad de los sentimientos humanos.

5. Ponte en sus zapatos

Relacionado con lo anterior, no es recomendable restar importancia a lo que atormenta a un alumno o compañero, porque tú puedas estar acostumbrado a lidiar con situaciones difíciles y pensar que «preocuparse por eso es una tontería», pero puede que para el otro sea más de lo que es capaz de gestionar.

Incluso para uno mismo, el 100% de lo que es capaz de soportar es diferente en función del momento vital en el que se encuentre. Aun cuando no entiendas del todo la reacción de alguien piensa igual que el filósofo, somos nosotros y nuestras circunstancias.

6. ¿Puedo hacer algo por ti?

Esto es una regla complementaria que fomenta la empatía. Imagina que llegas a un sitio y ves a alguien preocupado (a poco que te esfuerces no necesitarás que te cuente que le pasa algo para saber que se avecina tormenta y menos si es un alumno o alumna, que son casi transparentes para nosotros).

Si le preguntas qué le pasa y decide contártelo, no respondas con algo que afecte a ti. Por ejemplo, si alguien te dice algo tan cotidiano como que le duele la cabeza, intenta no responder con un «pues anda que a mí», ni siquiera un «a mí también» o un «enseguida se te pasa». Si no puedes evitarlo, al menos acompáñalo por un «¿puedo hacer algo por ti para que te encuentres mejor?».

Si el problema es emocional o sentimental y la respuesta a esa pregunta es negativa, ofrece espacio con un «¿necesitas algo de tiempo?», un «¿quieres que avise a alguien para que te acompañe?» o, al menos, «recuerda que si luego quieres hablar conmigo, estaré disponible para ti». En clase podríamos acercarnos con metodologías como el role play o el teatro al tratamiento de estas situaciones.

7. Censura el comportamiento, no a la persona

Imagina que llegas a clase y hay una marabunta entre la puerta y tu mesa, seguro que incluso ya tienes pensado algunos nombres. Según tu gestión de aula puedes ordenar esa fila, disolverla, despacharla sobre la marcha o lo que te parezca oportuno. En cualquier caso, te sugiero que utilices fórmulas claras de corrección como «¿puedes sentarte en tu sitio?» en lugar de un «quita de ahí» o un «mirad cómo lo tenéis todo», ya que es más duro y encima no ofrece la solución.

Pero aún más importante es que tengas presente que lo que te puede estar molestando no es una persona, sino una acción puntual. Por eso es mejor no recurrir a fórmulas que hagan entender que siempre está todo mal como un «siempre estás en medio», un «¿quién iba a ser?» o un «no aprenderás nunca». Es fácil reconocerse en estas fórmulas o puede que no parezcan tan duras, pero hasta una gota de agua es capaz de traspasar la piedra si siempre cae en el mismo sitio. Debemos fomentar un uso del lenguaje en nuestro alumnado que no utilice la ironía y la crueldad como mecanismos para hacer mella en los demás.

8. Nadie está totalmente equivocado

Esta es una regla para la vida, pero también es algo muy útil cuando tratamos de enseñar argumentación oral. Debemos ser honestos y humildes y pensar que todo lo que uno o hace encierra una parte de sentido común. Si cuando tenemos un diálogo o una discusión no aceptamos esta premisa, corremos el riesgo de que nuestra interacción no sea tal, sino que se trate de dos discursos paralelos.

Es posible influir en las personas y modificar su opinión o su comportamiento sin necesidad de herir sus sentimientos.

9. La única forma de ganar en una discusión, es evitándola

En este mundo de grandes hermanos y tertulianos, muchos de los referentes que tiene nuestro alumnado se comunican tratan a gritos y con una necesidad imperiosa de decir la última palabra. Las redes sociales, parecen que están contribuyendo a esta tendencia, sobre todo porque al reconstruir la entonación de las interacciones tendemos a pensar mal e interpretarlos como ataques.

Una discusión encarnizada con alguien que, además, puede ofenderse con facilidad puede degenerar y acalorarse hasta el punto de que perdamos las formas y que nuestro mensaje se enmarañe en un discurso largo e inconexo. Debemos enseñar a zanjar discusiones, a saber hacer concesiones o a recurrir a alguien más capacitado que nosotros mismos para cerrarlas.

10. Admite y corrige tus errores

En todos los casos anteriores nadie está a salvo de cometer errores y herir los sentimientos de alguien, no comprender el sentido de las palabras de otra persona o ser incapaces de expresar nuestro propio parecer. En cualquiera de esos casos, la comunicación puede restablecerse a partir de una disculpa y una rectificación. No obstante, debemos enseñar a ser conscientes que un perdón no implica una inmediata resolución del conflicto, porque si me has metido el dedo en el ojo, mientras me duela, aunque te haya perdonado, no veo las cosas con claridad.

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